lunes, 2 de enero de 2012


LA MEDIOCRACIA

de Colectivo Nacional, el miércoles, 10 de agosto de 2011 a la(s) 12:48
LA MEDIOCRACIA
En raros momentos la pasión caldea la historia y los idealismos se exaltan: cuando las naciones se constituyen y cuando se renuevan. Platón, sin quererlo, al decir de la democracia:” es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos” definió la mediocracia. Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales. Siempre hay mediocres. Son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia. En las épocas de exaltación renovadora muéstrense humildes, son tolerados; nadie los nota, no osan inmiscuirse en nada. Cuando se entibian los ideales y se reemplaza lo cualitativo por lo cuantitativo, se empieza a contar con ellos. Los gobernantes no crean tal estado de cosas y de espíritus: lo representan. Florecen legisladores, pululan archivistas, cuentéense los funcionarios por legiones: las leyes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia. En vez de héroes, genios o santos, se reclama discretos administradores. Pero el estadista, el filósofo, el poeta, los que realizan, predican y cantan alguna parte de un ideal están ausentes. Nada tiene que hacer. Cuando falta esa comunidad de esperanzas, no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, anhelar juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas, con la seguridad de que al marchar todos en pos de un ideal, ninguno se quedara en mitad de camino contando sus talegas. No hay manera mas baja de amar a la patria que odiando a las patrias de los otros hombres, como si todas no fueran igualmente dignas de engendrar en sus hijos iguales sentimientos. La exigua capacidad de ideales impide a los espíritus bastos ver en el patrimonio un alto ideal; los trásfugas de la moral, ajenos a la sociedad en que viven, no pueden concebirlo; los esclavos y los siervos tiene, apenas, un país natal. Solo el hombre digno y libre puede tener una patria. Cuando las miserias morales asolan a un país, culpa es de todos los que por falta de cultura y de ideal han sabido amarlo como patria: de todos los que vivieron de ella sin trabajar para ella. Nadie piensa donde todos lucran; nadie sueña donde todos tragan. Es de ilusos creer que el merito abre las puertas de los parlamentos envilecidos. Los partidos -o el gobierno en su nombre- operan una selección entre sus miembros, a expensas del merito o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y por conveniencia. Los complices, grandes o pequeños, aspiran a convertirse en funcionarios. Ese afán de vivir a expensas del estado rebaja la dignidad. El merito queda excluido en absoluto; basta la influencia. Con ella se asciende por caminos equívocos. Halagar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento la propia dignidad. Tener un ideales crimen que no perdonan las mediocracias. Quien vive para un ideal no puede servir para ninguna mediocracia. La aristocracia del merito es el régimen ideal, frente a las dos mediocrecias que ensombrecen la historia. Tiene la formula absoluta: “la justicia en la desigualdad”.

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